La mañana del día después.

Tercer día de pacto. Te despiertas. Estás desnuda. Te sientas en la cama y extiendes los brazos hacia arriba para estirarte y deshacerte de la pereza. Luego te levantas sin hacer ruido. Yo me hago el dormido y te observo desde mi guarida bajo las sabanas. Sólo me faltan unas galletas de chocolate para que mi felicidad sea completa.
De inmediato te percatas de que algo ha desaparecido. Empiezas la búsqueda. En el dormitorio en un primer momento, más tarde por todas las habitaciones. Yo, a duras penas, contengo la risa.
Finalmente miras el reloj, te muerdes el labio inferior y te das por vencida. Te vistes deprisa y te recoges los rizos en una coleta. Por último extraes tu CD de Dixie Chicks de mi reproductor y lo guardas en un bolsillo. Sin embargo, a los pocos segundos, te detienes pensativa, te muerdes otra vez el labio y vuelves a introducir el CD en el aparato. Decides dejarlo allí. Me encanta espiarte.

Justo antes de marcharte te giras hacia mí y tu mirada se cruza con la mía. Me guiñas un ojo y me sonríes. Te vas.

Ya estoy solo. Me levanto de un salto y me dirijo a la estantería del salón, la de los libros. Retiro un grueso volumen, un facsímil de "El manual tipográfico" de Bodoni, el único regalo que conservo de mi ex–mujer. Casi se me desliza entre los dedos. A continuación introduzco la mano en el hueco que ha quedado vacío en el estante y sólo cuando compruebo que mi trofeo sigue allí me tranquilizo. Lo saco de su escondite con satisfacción, como un niño que consigue engañar a un adulto. Allí lo tengo, tu sostén de camuflaje. El roce del tejido con mis dedos me trae a la mente sensaciones de la noche anterior. No puedo evitar echarte de menos. Al fin decido volver un rato más a la cama. Con tu sostén y con una bolsa de cruasanes. El maligno estaría orgulloso de mí.



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