El coreano

Los tres nos quedamos atónitos. La escasa iluminación de la sala de enfrente nos intimida. Al cabo de unos segundos Mee Chi vuelve su mirada hacia mí. Miss Potter también. ¿Por qué me miran tanto? No tengo la menor intención de ser el primero en entrar. Esto parece sacado de “El nombre de la Rosa”. No me extrañaría ver aparecer a Guillermo de Baskerville, con su traje de franciscano y a su ayudante Adso de Melk. Bueno, sí que me extrañaría un poco. Y me daría un buen susto.
.......Mee Chi intuye mis pensamientos. Suspira, sonríe y de un fuerte manotazo me empuja hacia adentro. ¡Joer con las orientales! Menos mal que son famosas por su aplomo.
.......Una vez en el interior echo un vistazo. No hay nadie. Me tranquilizo un poco. Definitivamente tengo que dejar de ver tantas películas de terror. A continuación me acerco al cofre, estiro las mangas de mi suéter para utilizarlas como guantes y levanto la tapa. Mantengo mi cuerpo alejado todo lo posible, por si acaso.
.......Nada. No pasa nada insólito. Me quedo decepcionado. En el interior no hay ni espíritus siniestros, ni monstruos. Sólo un cuaderno. Viejo, desgastado, sucio. En una esquina de la cubierta aparece el código CRU8659. ¡Por fin! Lo cojo con cuidado. Más de la mitad de las páginas están llenas de letras y símbolos manuscritos. No reconozco el idioma.
.......—¡Es coreano! —dice de repente Mee Chi que, mientras tanto, se ha colocado a mis espaldas y mira el cuaderno por encima de mi hombro.
.......Me vuelvo hacia ella. Me da miedo hacerle la siguiente pregunta. Tal vez porque ya conozco la respuesta.
.......—Y tú hablas coreano, ¿verdad?
.......—Sí.
.......Suspiro tres veces seguidas. Mee Chi me quita el cuaderno.
.......—Es un diario —dice mientras hojea las páginas—, es el diario de un hombre que hizo un pacto con el diablo. Un pacto que duró siete días.
.......Toso. Con fuerza. Le arranco el cuaderno de un estirón. Paso las páginas deprisa. No sé porque lo hago, si no hablo coreano.
.......—¡Tradúceme esto por favor! —le digo y le indico un fragmento de la última página.
.......Mi traductora personal “coreano-español /español-coreano” necesita unos minutos para descifrarlo. Minutos muy largos. Yo recorro unas treinta y siete veces el espacio entre la mesa y la pared. Cuatro pasos a la ida, cuatro a la vuelta.
.......—Aquí el autor relata las horas que preceden su encuentro con el demonio —explica Mee Chi finalmente—. Parece que se arrepintió de su pacto e intentó librarse.
.......—¿Y? ¿Lo consiguió?
.......—No sé. La narración se interrumpe en seco.
.......Mi corazón empieza a funcionar de forma irregular, dos latidos fuertes uno débil, dos fuertes, uno débil... Necesito aire.
.......¿Podemos llevarnos el cuaderno? —pregunto a Miss Potter y junto las manos para suplicarle—. ¿Podemos?
.......—Depende —contesta la anciana—. Tengo hambre, ¿alguien me invita a comer?
.......¡Joer!

Leer más...

CRU 8659

Quinto día de pacto. Ocho de la mañana. Llevo despierto un buen rato. Tras encontrar el sobre con el código no he podido volver a conciliar el sueño.
.......Me levanto. Maeve continúa durmiendo. Sus prendas están diseminadas por toda la habitación. Tropiezo con su sujetador. Es blanco, de encaje. Mucho más pequeño del que robé a Mónica. Lo recojo. Mis dedos, como si tuvieran vida propia, empiezan a deslizarse por los suaves encajes, por los bordes, por las costuras. Una punzada de excitación me sube por la espalda. Sin embargo no es el momento. Antes tengo que averiguar el significado del código. Hago un ovillo con el sostén y lo escondo en el interior del minibar, detrás de dos botellitas de ron. Coleccionar lencería se está convirtiendo en un vicio.
.......Antes de marcharme, beso a Maeve suavemente en la mejilla.
.......Bajo a recepción. Me atiende una mujer de unos treinta años. Posee unos rasgos asiáticos muy marcados. El cabello negro, recogido en un moño desordenado y unas gafitas con una montura rosa, le confieren un aire desenfadado. Viste el uniforme del hotel. Un traje chaqueta-pantalón azul marino. Su placa identificativa pone Mee Chi.
.......Le enseño el sobre y su contenido. Quiero averiguar quien me ha dejado el mensaje.
.......La mujer echa un vistazo, después frunce el entrecejo en un intento de recordar algo.
.......—¡Conozco este código! —me dice por fin, con evidente satisfacción, como si hubiera adivinado la respuesta de un concurso de la tele—. Es el que usan en la “London Library” para archivar los volúmenes. Trabajé allí una temporada. Es antiguo, ya no se utiliza.
.......Me quedo boquiabierto. Eso tiene que ser una broma. ¿Cómo puede, la recepcionista del hotel, haber trabajado en la biblioteca donde conservan el libro al que se refiere el código que me está persiguiendo estos últimos días? ¡No hay quien se lo crea! Ahora, sólo falta que me ofrezca su ayuda.
.......—Mi turno está a punto de terminar —continúa ella—, si quieres puedo acompañarte. No podrás consultar ningún libro si no eres socio.
.......¡Joer! Además adivino.
.......Acepto la oferta con un ligero movimiento de la cabeza. Y con una sonrisa.
.......—Dame cinco minutos, quiero quitarme el uniforme.
.......De repente la imagen de Mee Chi con un pantalón de camuflaje y unas botas militares toma forma en mi cabeza. ¡Eso ya sería demasiado!
.......—¡No, por favor, no lo hagas! —le contesto con inquietud.
.......Mee Chi da un paso hacia atrás. Y me examina en silencio. No sabe como interpretar mi reacción. Yo, para salir del apuro, le hago una reverencia al más puro estilo oriental. Y casi me doy con la cabeza contra el mostrador. Funciona, consigo arrancarle una sonrisa.
.......En cinco minutos estamos en un taxi, hacia St. James's Square.
.......—¿Por qué no has querido que me cambiara el uniforme? —me pregunta una vez sentados en el interior del vehículo.
.......—Porqué ibas a ponerte un pantalón de camuflaje y unas botas negras militares —contesto con seguridad.
.......—¿Pantalones de camuflaje? ¿Botas negras? ¡Qué tío más raro eres! Iba a ponerme una minifalda. Me encantan las minifaldas.
.......¡Joer!

Llegamos a “The London Library”. Entramos. Mee Chi se abre paso con desenvoltura entre los visitantes, se planta en el mostrador y entrega el papel con el código a la encargada de las consultas.
.......La bibliotecaria lo estudia con atención. Luego mueve la cabeza de lado a lado.
.......—Este código pertenece a los “INCLASIFICADOS”. Lo siento, no es cosa mía. Tendré que llamar a Miss Potter. Es la única que se aclara allí abajo.
.......— ¿Miss Potter? ¿Allí abajo? —pregunto yo.
.......—Sí —contesta Mee Chi—. Debajo del edificio principal se encuentra el antiguo almacén. Una infinidad de pasillos, túneles y salas. Ya no se utiliza. Quedan allí sólo unos pocos libros. Textos sin importancia o en mal estado. Miss Potter es la bibliotecaria con más antigüedad. Estuvo al cargo del almacén durante más de treinta años.
.......Nos sentamos a esperar.
.......Finalmente Miss Potter se materializa frente a nosotros. Es una mujer anciana, diminuta, de aspecto frágil y movimientos lentos. Mira la hoja con el código y, sin delatar emoción alguna, nos indica que la sigamos. Cruzamos dos salas de techos altos y de amplios ventanales. Luego torcemos a la derecha y bajamos por una escalera de caracol. Por fin entramos en el antiguo almacén. Las blancas paredes de la zona superior dejan paso a unos muros irregulares, una mezcla de roca y hormigón. Unas viejas bombillas proporcionan algo de claridad.
.......Recorremos durante casi diez minutos estrechos pasillos, torciendo a la izquierda y a la derecha cada pocos metros. Con pavor me doy cuenta de que no sabría volver solo. Unas gotitas de sudor aparecen en mi frente. Finalmente la anciana detiene su marcha y entra en una pequeña sala. Una decena de libros descansan en una estantería de madera.
.......—¡Tiene que estar aquí! —dice Miss Potter, con apenas un hilillo de voz—. Esos son libros sin clasificar, libros que no hubieran tenido que escribirse nunca.
.......Acto seguido empieza a buscar, a comprobar los códigos uno a uno.
.......—¡No está! ¡Aquí no! —afirma con seguridad— y me señala la habitación de enfrente, donde sólo hay una vieja mesa de madera. Y un cofre de metal sobre ella.
.......—¡Allí! —me dice cogiéndome del brazo—. Allí está, dentro de la caja.

Leer más...

Las pelirrojas muerden (III)

Son las tres. Acabo de salir de mi hotel en South Kensington para acudir a la cita. He dormido hasta muy tarde, anoche no pude cumplir con la promesa de tomar sólo un whisky. Elijo el camino más largo, el que sube por Queensgate. Quiero bordear Hyde Park. Pasear me ayudará a despejarme. Me siento feliz. Los acontecimientos de estos últimos días me han cambiado. Ya no me duelen los errores del pasado ni me preocupa el futuro. Soy como un viajero que ha decidido despojarse de una pesada e inútil maleta. He aprendido a vivir el presente.
.......Llego a las puertas de Harvey Nichols sin casi darme cuenta. Me coloco cerca de un escaparate, alejado del vaivén de peatones, para esperar. ¿Acudirá a la cita mi azafata pelirroja? ¿Llevará minifalda?
.......A las cuatro en punto veo, a lo lejos, su melena color azafrán entre la multitud. Cuando por fin aparece a mi lado no puedo evitar estallar en una carcajada. Lleva botas militares negras, un pantalón de camuflaje, una camiseta de tirantes y una cazadora vaquera. ¡Ya he vivido esto! ¿Qué pasa en el mundo? ¿Han desaparecido las minifaldas?
.......Maeve se queda algo sorprendida por mi reacción.
.......—¿No te gusta mi ropa? —me pregunta y da una vuelta sobre sí misma para que pueda contemplar su atuendo. A continuación me estampa dos besos. Cuando sus labios entran en contacto con mis mejillas percibo el calor y la humedad de su boca. Un escalofrío baja por mi espalda.
.......—¡Me encanta! —le contesto—. Es la primera vez que tengo una cita con una chica vestida así.
.......¡Qué bien he aprendido a mentir!
.......Subimos al bar, en la quinta planta. Pido el “Afternoon Tea Harvey Nichols”. Sándwiches, cruasanes, pastelitos de mantequilla, trozos de pastel y, naturalmente, el té.
.......Tardan media hora en servirnos. Maeve aprovecha para hacerme un resumen de su vida. Me habla de su trabajo, sobre sus compañeras, dónde ha comprado sus botas. La escucho sin desviar la mirada ni un momento.
.......Por fin llega la comida. Maeve se tira de cabeza. Empieza por un sándwich de pepino, huevo y mayonesa. Yo hago lo mismo. Después se zampa un pastelito. Yo también. A continuación otro sándwich. La sigo. Sin querer, la merienda se convierte en un “cara a cara”, en una lucha para averiguar quién come más y más rápido.
.......Después de cuatro sándwiches, dos pastelitos y un trozo de pastel de queso la tarde se me hace cuesta arriba. Es imposible engullir todo eso con un té caliente. Si tuviera una Coca-Cola helada…
.......Justo cuando estoy a punto de rendirme Maeve se echa para atrás en la silla. Tiene la boca llena de una mezcla de pastel de queso y sándwich de salmón. Me mira con seriedad durante unos segundos después pierde el control y explota en una carcajada, diseminando el contenido de su boca en un radio de metro y medio. ¡He ganado! ¡He conseguido acabar mi parte de la merienda! Ahora tengo nauseas.
.......Decidimos marcharnos. Mientras recorremos la planta baja para llegar a la entrada principal Maeve se detiene de repente frente a un probador de LEVIS. Nada más que una cortinilla de tela vaquera colgando de un aro.
.......—Has ganado —me dice guiñandome un ojo—, tienes derecho a un premio.
.......Salta mi alarma interior. No me fío. Es irlandesa. Las irlandesas no soportan perder. Sospecho que busca la revancha.
.......Sin embargo no tengo la posibilidad de elegir. Maeve me coge de la manga y me arrastra al interior del probador. Sin dudarlo empieza a estirar de mi sueter hasta que consigue sacármelo. Mi alarma suena todavía más fuerte. A continuación desabrocha mi cinturón y mis vaqueros también desaparecen. En pocos segundos sólo me quedan los calzoncillos. Maeve se encuentra muy cerca de mí, sus pechos rozan mi torso, percibo su respiración acelerada. Finalmente me arranca la última prenda. Mi cerebro deja de funcionar otorgando el mando a otra parte del cuerpo.
.......De repente su furia se detiene, se aleja de mí, se agacha, recoge mis prendas del suelo y se esfuma del probador, dejándome sólo, desnudo y... muy tenso.
.......Cierro los ojos y trago saliva. ¡Lo sabía, lo sabía y lo sabía! Me la ha jugado otra vez.
.......Sin embargo no tengo tiempo a pensar, un fuerte hormigueo invade mi cuerpo. El demonio, una vez más acude al rescate y toma el control de mis acciones. Salgo del probador desnudo y, corriendo, me planto al lado de Maeve que ya se había alejado unos metros. Ella se queda atónita. Me mira con incredulidad. Una mujer anciana nos observa. Se ha tapado los ojos con las manos dejando una rendija entre los dedos para seguir mirando.
.......—¿Estás loco? ¡Nos van a detener! —me dice casi chillando y a empujones me devuelve al interior del probador.
.......Ahora soy yo quien está al mando. Con mi mano busco el camino hacia el interior de su camiseta. No se resiste. Sin embargo, cuando creo tener vía libre, un miembro de seguridad de Harvey Nichols abre de un tirón la cortina del probador y rompe la magia del momento.
.......La situación no permite ninguna clase de explicación razonable. Le aflojo tres billetes de cincuenta libras y zanjo el asunto.
.......Una vez en la calle y con la ropa puesta cogemos un taxi y nos dirigimos a mi hotel. Tengo una suite. Y un minibar sin estrenar.

.......Son las cinco de la mañana. Maeve duerme a mi lado. Me levanto para tomar una Coca-Cola. Me duele todo. Nadie me había avisado de que las pelirrojas mordieran.
.......Mientras vuelvo a la cama me doy cuenta de que hay un sobre encima de la mesita de la entrada. No lleva ningún nombre. Lo examino despacio, luego saco la hoja del interior. Escrito a mano y con letras mayúsculas aparece un número: “CRU8659”.
.......Es la cuarta vez que veo este código en dos días. Tendré que averiguar su significado
.

Leer más...

Las pelirrojas muerden (II)

Lo he conseguido. He arrancado un sí a la pelirroja. Mañana a las cuatro, para merendar. Sin embargo no me siento del todo feliz. No puedo apartar a Mónica de mis pensamientos. ¿Merendar con otra se puede considerar una traición? Sí, imagino que sí.
.......Miro el reloj del aeropuerto, son las siete. Decido visitar a Bill Gates esta misma tarde. Se aloja en el Hotel Ritz, en pleno centro de Londres.
.......Durante el recorrido en metro me doy cuenta de que no tengo ningún plan para llegar hasta él. Es una sensación nueva para mí, yo siempre tengo un plan, hasta para las tareas más insignificantes. Mi vida suele estar organizada al cien por cien. Eso de improvisar me resulta desconcertante y agradable al mismo tiempo.
.......Una vez en el vestíbulo del hotel pregunto por el señor Gates.
.......Suite Berkeley, séptima planta —me contesta un joven recepcionista de color, sin ni siquiera levantar la mirada—. En este momento no se encuentra en el hotel.
.......La noticia me hace dudar, desde luego no me apetece desperdiciar la noche esperando, el tiempo es un bien escaso para mí. Opto por hacer un pequeño cambio en mi plan. Me conformaré con colarme en su suite y dejarle un mensaje.
.......Subo en el ascensor. No tengo ni idea de lo que me espera. Es probable que haya un importante servicio de seguridad. Lo que encuentro me deja boquiabierto: una mujer de la limpieza de origen filipino. Monta guardia al lado de la puerta de la suite. Es pequeñita y de apariencia frágil. No parece un gran obstáculo. Me acerco a ella con una sonrisa.
.......Cuando me encuentro a unos dos metros de la puerta, la mujer se levanta y empieza a despotricar en un idioma incomprensible. Supongo que filipino. Retrocedo de un salto, asustado. La mujer se tranquiliza y vuelve a sentarse. Espero unos segundos e intento otra aproximación. Más de lo mismo. Gritos y amenazas por parte de la señora. ¡Es automática! Al acercarse un extraño se activa y repele la amenaza.
.......Decido entonces utilizar el lenguaje internacional. Saco un billete de cien libras, unos ciento cincuenta euros y se lo entrego, con cuidado de que no me muerda la mano. Me entiende a la perfección. Con su llave maestra me abre la puerta de la suite.
.......Entro y empiezo el registro del apartamento. No encuentro nada relevante en los dos dormitorios, ni en el lujoso salón. Sólo en el pequeño despacho, al final del pasillo, tropiezo con algo digno de mención. Encima del escritorio descansa un ordenador portátil. El ordenador de Bill. El Santo Santorum de todos los ordenadores.
.......Me quedo de pie, embobado, frente a tal revelación. Acto seguido, moviéndome como si estuviera desactivando un arma nuclear, aprieto la tecla de arranque. Al principio todo parece desarrollarse de forma normal, hasta oigo el típico sonido de Windows, sin embargo, de repente, en la pantalla aparece un amenazador recuadro amarillo. Hay que introducir una contraseña.
.......Claro, era de suponer. El ordenador está protegido con algún sofisticado, ultramoderno e impenetrable sistema de seguridad. Seguro que la contraseña será una combinación de números y letras de unos treinta y cinco dígitos. Imposible de adivinar.
.......Bueno, no pierdo nada con intentarlo. Me acerco y tecleo “B I L L”. La pantalla amarilla desaparece dejándome pleno acceso al ordenador. Si lo cuento no se lo cree nadie.
.......Empiezo a rebuscar como un loco en las mismas entrañas del ordenador, abro carpetas, archivos, etc. Seguro que allí metido Bill tiene los detalles de su plan para dominar el mundo a través de su sistema operativo. Tengo que encontrarlo y salvar a la humanidad. Uff, creo que se me está yendo la cabeza.
.......¡Pues no! Nada de planes siniestros. Sólo hay informes financieros y apuntes para conferencias. El tío es de lo más aburrido.
.......Finalmente doy con algo interesante. La carpeta de las fotos. ¿Quién no tiene una carpeta con fotografías sacadas sin mucha ropa y con algunas copas de más? ¿O sólo la tengo yo?
.......Me detengo. No es correcto curiosear en la vida privada de otro ser humano. El escrúpulo sólo me dura dos segundos después me tiro de cabeza. Bill no es un ser humano, es Bill.
.......Empiezo a ojear las fotografías. Un escalofrío me sube por la espalda. Joer con Bill, retiro lo de “aburrido”. Hay fotos donde está “atareado” con una secretaria, otras con dos secretarias y una con tres secretarias y un secretario. Esta última no sé por donde mirarla, si por arriba o por abajo. Estas fotografías están mejor que las que nos sacamos mi ex y yo cuando nos compramos las esposas.
.......Seguro que con este material consigo productos de Microsoft gratis de por vida.
.......Ya son las nueve y media. Es hora de marcharse. ¡Con lo bien que me lo estaba pasando!
.......Al apagar el equipo un pitido molesto llama mi atención. En la pantalla aparece un mensaje de error: CRU 8659. No me lo puedo creer. Otra vez este número. Primero en mi reserva de British, después en la chapita de identificación de la azafata y ahora aquí. Me siento como Fox Mulder en un "Expediente X". Eso empieza a preocuparme.

.......Ya se acaba mi tercer día de pacto. Todo está saliendo muy bien a pesar de que el demonio no se esté esmerando mucho, todo el trabajo lo estoy haciendo yo solito. Tal vez me haya precipitado a la hora de vender mi alma.
.......Necesito urgentemente una copa. De whisky. Sin hielo.
.......Sólo una, mañana tengo cita para merendar y quiero estar en forma.

Leer más...

Las pelirrojas muerden (I).

Son las diez y media de la mañana. A duras penas consigo apartarme del sujetador de Mónica. Sin quitarme las legañas me levanto y me siento frente a mi portátil. No nos llevamos bien, es muy rebelde, se cuelga cada tres minutos. Por fin lo tranquilizo y empiezo a buscar en los diarios digitales. Necesito ideas, ideas para sacarle provecho a mi pacto. Al maligno le está saliendo todo muy sencillo. Y muy barato.
.......Finalmente encuentro algo interesante. Bill Gates, el fundador de Microsoft, estará dos días en Londres. Bill Gates, Londres, mi portátil..., la idea empieza a tomar forma. Sí, ya está. Llevaré mi ordenador a Bill para que le eche un vistazo. No podrá negarse, todavía está en garantía. Me apetece la idea de colarme en su hotel sin
que su equipo de seguridad me parta los dientes y decirle lo que pienso de su Windows. Creo que con eso causaré bastantes dolores de cabeza al demonio. Además podré volver a perderme por las calles de la ciudad que me regaló los mejores momentos de mi vida.
.......Decido volar con British Airways, el triple de caro que cualquier otra compañía. Para mi
último viaje quiero comodidad y azafatas de metro ochenta. Perdón, asistentes de vuelo de metro ochenta y, sobre todo, quiero mi bandejita de comida. Sí, como las de antes de la revolución de las compañías Low-Cost. Quiero mi bandejita con comida caliente, con cubiertos de metal y con la toallita húmeda al limón para limpiarme las manos.
.......Hago la reserva online. En el momento de introducir el número de tarjeta para finalizar la transacción espero un rato para comprobar si el maligno aparece y paga el billete. ¡Pues no! Me ha tocado un demonio tacaño. Por fin consigo mi código de reserva: CRU 8659.
.......A continuación me ducho y me pongo la ropa interior de las ocasiones especiales, la de Calvin Klein.
A los cinco minutos me la quito y me pongo la de siempre, del Carrefour, la de Calvin me aprieta los..., bueno, sí, eso. Me enfundo mis vaqueros, un suéter de cuello alto marrón y mi cazadora de cuero. En Londres hace frío. Nada de maleta, ya compraré lo que necesite.

.......Llego al aeropuerto. Todos los aviones para el Reino Unido están en horario, menos el mío claro, una hora de retraso. ¡Joer con British! Espero comiéndome un bocata de salchichón, queso, atún, tomate y mayonesa. Y dos Coca Colas gigantes.
.......Por fin estoy en el túnel que conduce al avión. Dos azafatas reciben a los pasajeros en la puerta. Ambas de metro ochenta, bueno, tres metros y sesenta entre las dos. Este dato trae pensamientos indecentes a mi cabeza. Me sonríen.
.......Ya en el interior tropiezo con la tercera asistente de vuelo, también metro ochenta. Intento calcular la suma de las tres, metro y ochenta por tres..., mmm, no, demasiado difícil con el bocata que me da vueltas en el estómago. Lleva el pelo muy corto y rojizo. Su rostro está cubierto de minúsculas pecas. Esta vez me adelanto y le sonrío primero, enseñándole todos mis dientes, blancos y perfectamente alineados (tres años de ortodoncia con un dentista casi ciego, un suplicio). Sin embargo la reacción no es la esperada. La chica me echa un vistazo con desinterés, levanta los hombros y su boca se tuerce hasta convertirse en una mueca. Su expresión parece la de un niño frente a un plato de espinacas. Sospecho que no le ha hecho gracia mi actitud a lo George Clooney. Me arranco la sonrisa de la cara y me dejo caer en mi asiento. Me ha tocado al lado de un cura. Me aburro.
.......Por fin llega el momento de la comida. ¡Bieeen! Empieza el reparto de bandejitas. ¡Bieeen! La asistente de vuelo pelirroja se acerca poco a poco con el carrito, se detiene a mi lado y entrega la bandeja al cura. Su mirada se cruza con la mía, me guiña un ojo. Las aguas vuelven a su cauce. Sin embargo, de repente se da la vuelta y se aleja por el pasillo sin dejarme la bandeja.
.......Me quedo sin respiración. ¿Y mi comida? Aprieto tres veces seguidas el botón de llamada que hay encima del asiento. Nada. Le hago señas con la mano. Nada. Me observa desde lejos y me ignora. El cura se santifica presintiendo la “tormenta”.
.......Empiezo a cabrearme. ¿Y el maligno qué…? ¿También pasa de mí? ¿Dónde está ahora que lo necesito? ¿Por qué no lanza una lengua de fuego a la pelirroja y la convierte en cenizas, por ejemplo?
.......Lo que más me duele es que, por mucho que lo intente, no puedo evitar sentirme atraído por ella. Esto de ser hombre es un tormento, la próxima vida quiero nacer pájaro. Viviré más tranquilo y más libre.
.......El piloto anuncia la llegada a Londres. Yo, naturalmente, sigo sin comer. Al bajar del avión las tres azafatas me sonríen todas a la vez, se están burlando. Quiero largarme lo antes posible y seguir con mi plan. Sin embargo empiezo a notar el hormigueo. ¡No, ahora no y no! Me resisto, no quiero que el demonio tome el control de mi cuerpo. No me apetece montar numeritos. Sin embargo es inútil. Me doy la vuelta, retrocedo unos pasos y me planto frente a la pelirroja. Me fijo en la chapita colgada en su uniforme a la altura del pecho, con su nombre y su número de identificación: Maeve O' Connor - CRU 8659. Me quedo pensativo, este número me suena de algo. Acto seguido las palabras empiezan a brotar de mi boca sin control, como de costumbre.
.......—¿Quieres merendar conmigo? —le pregunto con la más absoluta seriedad.
.......La chica me mira de arriba abajo, inmóvil. Luego se vuelve hacia sus compañeras en busca de auxilio. Imagino que lleva tiempo sin que nadie le invite a merendar. Unos veinte años.
.......—¿Merendar? —me pregunta finalmente, cerrando un poco los ojos como si les diera miedo repetir la palabra en voz alta.
.......—Sí, merendar —contesto yo—. Eso que hacen los niños.
.......Los otros pasajeros empiezan a impacientarse porque mi presencia les impide bajar del avión.
.......—Depende —me contesta al cabo de un buen rato con la misma seriedad—. ¿Merendar dónde?
.......La respuesta me coge de sorpresa. Ya no noto el hormigueo, la influencia del demonio ha desaparecido. No importa, Londres es mi ciudad y no necesito la ayuda de nadie para contestar.
.......Un Afternoon Tea en Harvey Nichols —le digo todo de un tirón.
.......Por fin los músculos tensos de su rostro parecen tomarse un respiro.

Leer más...

La mañana del día después.

Tercer día de pacto. Te despiertas. Estás desnuda. Te sientas en la cama y extiendes los brazos hacia arriba para estirarte y deshacerte de la pereza. Luego te levantas sin hacer ruido. Yo me hago el dormido y te observo desde mi guarida bajo las sabanas. Sólo me faltan unas galletas de chocolate para que mi felicidad sea completa.
De inmediato te percatas de que algo ha desaparecido. Empiezas la búsqueda. En el dormitorio en un primer momento, más tarde por todas las habitaciones. Yo, a duras penas, contengo la risa.
Finalmente miras el reloj, te muerdes el labio inferior y te das por vencida. Te vistes deprisa y te recoges los rizos en una coleta. Por último extraes tu CD de Dixie Chicks de mi reproductor y lo guardas en un bolsillo. Sin embargo, a los pocos segundos, te detienes pensativa, te muerdes otra vez el labio y vuelves a introducir el CD en el aparato. Decides dejarlo allí. Me encanta espiarte.

Justo antes de marcharte te giras hacia mí y tu mirada se cruza con la mía. Me guiñas un ojo y me sonríes. Te vas.

Ya estoy solo. Me levanto de un salto y me dirijo a la estantería del salón, la de los libros. Retiro un grueso volumen, un facsímil de "El manual tipográfico" de Bodoni, el único regalo que conservo de mi ex–mujer. Casi se me desliza entre los dedos. A continuación introduzco la mano en el hueco que ha quedado vacío en el estante y sólo cuando compruebo que mi trofeo sigue allí me tranquilizo. Lo saco de su escondite con satisfacción, como un niño que consigue engañar a un adulto. Allí lo tengo, tu sostén de camuflaje. El roce del tejido con mis dedos me trae a la mente sensaciones de la noche anterior. No puedo evitar echarte de menos. Al fin decido volver un rato más a la cama. Con tu sostén y con una bolsa de cruasanes. El maligno estaría orgulloso de mí.



Leer más...

Cenando con Mónica.

Seis de la tarde: faltan tres horas para que llegue Mónica. Empiezo a preparar la cena, quiero hacerlo despacio, para que todo sea perfecto. Unos aperitivos para empezar, luego pennette con flores de calabacín y gambas y tiramisú de postre. ¡Mucho trabajo!
Seis y veinte: ya está, cena lista. Los del restaurante me traerán el pedido en dos horas.
Las nueve. Enciendo las velas. Son del chino de enfrente y se consumen a un ritmo vertiginoso. También pongo música, las 101 mejores canciones románticas de todos los tiempos. Ojalá no sea necesario escucharlas todas, me dan sueño y dolor de cabeza.
En el frigorífico espera impaciente mi principal baza para seducir a Mónica, una botella de “Berlucchi Cellarius Brut 2003”. Bueno, mi principal baza aparte de mi encanto natural.
Por fin llega ella. Llevo toda la tarde cavilando acerca de la ropa que habrá decidido ponerse. ¿Una minifalda? ¿Una mini-minifalda? Abro la puerta luciendo mi cara de chico bueno, sin embargo lo que veo me deja boquiabierto. Mónica lleva unas botas militares negras, un pantalón verde de camuflaje con anchos bolsillos a los lados y una camiseta de tirantes verde de la legión. No sé si darle dos besos o hacerle el saludo militar.
Había preparado unas ochocientos frases geniales para romper el hielo, sin embargo no me acuerdo de ninguna. Me siento un poco incómodo, las velas, la música romántica, el vino y ella que parece salida de la película ”La Teniente O’Neil”. Me gustaría hacer un agujero en el suelo, meterme dentro y desaparecer para siempre.
Menos mal que de repente vuelvo a notar el hormigueo, el que me anuncia que el maligno va a hacer acto de presencia. Esta vez casi lo agradezco, aunque me preocupa qué parte de mi anatomía utilice para sus ocurrencias. Totalmente poseído y sin control me acerco a Mónica, la empujo con suavidad contra la pared y junto mis labios a los suyos. Ella no se resiste. Noventa segundos ininterrumpidos de beso. Mi record personal.
Para ser sincero el maligno sólo ha controlado mis acciones durante los primeros treinta, después ha sido cosa mía. El hielo se ha roto, se ha desintegrado.
Ahora me siento más relajado, Mónica también. Ella se deshace de sus botas con expresión de alivio y se queda con unos indiscretos calcetines de colores. Luego, sin preguntar, extrae el disco de música romántica de mi reproductor (menos mal) y coloca un CD que llevaba oculto en un bolsillo de los pantalones. Enseguida reconozco las notas de “Not Ready To Make Nice” de Dixie Chicks. Country moderno, del bueno, del que pone los pelos de punta.
Me quedo sorprendido. ¿Qué más llevará en los bolsillos? No estoy seguro de querer saberlo.
Tengo ganas de otro beso, pero no me atrevo.
Decidimos cenar sentados en el suelo, frente a la televisión, como si fuera un picnic. El señor Guido Berlucchi (el fundador de la bodega) se revolcaría en la tumba si se enterara que estamos utilizando vasos de plásticos para su vino. Ahora que lo pienso no estoy seguro de que haya muerto todavía. En fin, da igual.
Durante la cena nos acabamos la botella y, claro, nos reímos mucho. Sobre todo cuando Mónica me revela que también su ropa interior es de camuflaje. Entonces ninguno de los dos puede contenerse y estallamos en una carcajada.
Finalmente las risas se convierten en intimidad, en deseo, en sexo. ¡Lo hacemos tres veces! Bueno, dos y media. Ninguna en la cama. Mónica odia los convencionalismos. ¡Y para qué llevarle la contraria! Lo hacemos como si nos conociéramos desde siempre, sin prisa, sin presión, sin pudor. Con mi ex-mujer nunca llegamos a estar tan cómodos el uno con el otro. Esta reflexión casi me asusta.


Ahora ella duerme a mi lado, su respiración es serena. Sin embargo yo no consigo conciliar el sueño. Tengo treinta y dos años y sólo me quedan cinco días antes de tener que cumplir con el maligno y entregarle mi alma. Sé que no volveré a ver a Mónica. Hasta la semana que viene estará de viaje y para entonces… ¡Ojalá hubiera pactado más días!

Leer más...

El funcionario.

Segundo día de pacto. Voy camino del Ayuntamiento, necesito sacar un permiso para una pequeña reforma en mi casa. Llevo días preparando todos los papeles. Una docena de fotocopias del DNI, por delante, por detrás y de canto. Los últimos treinta recibos del impuesto sobre bienes inmuebles, escritura de mi piso que certifica que es de mi propiedad desde el año 1492 (antes del descubrimiento de América) y el imprescindible formulario de solicitud 205/41 cumplimentado con buena letra. Ah, y una estampita de la Virgen de Fátima.
Entro, hago mis dos horas y veinte minutos de cola y, por fin, me encuentro cara a cara con el funcionario. Hago una reverencia, cruzo los dedos y deposito los papeles en el mostrador. Él ni los mira.
—¿Y el modelo 205/42? —me pregunta inquisitivo.
—¿205/42? Yo tengo el 205/41 —le contesto procurando no mirarle a los ojos. Los funcionarios no soportan que se les mire a los ojos.
—El 41 ya no sirve. Hace falta el 42. La nueva ley entra en vigor hoy.
—¡Hoy! ¡Caray, qué mala suerte! —le digo con inquietud—. ¿Y qué cambia entre el 41 y el 42?
—El número. Uno es el 41 el otro el 42­ —me contesta con una irrefutable lógica de empleado público.
—¿Y no se puede hacer una excepción?
Nada más terminar la frase me doy cuenta del error. Acabo de apelar a su compasión. Se lo he puesto en bandeja.
—¡No! —me contesta con decisión mientras una sonrisa perversa aparece en sus labios. Sabe que me ha vencido. Otro ciudadano aplastado por la burocracia.
Agacho la cabeza, necesito marcharme lo antes posible. Sin embargo mis piernas no se mueven. Hago un esfuerzo, intento desplazarlas con las manos. Nada de nada, congeladas, pegadas al suelo con SuperGlue.
El funcionario me observa extrañado. Es inusual para él que alguien se rebele a su autoridad.
De pronto vuelvo a sentir un hormigueo a lo largo de mi cuerpo e igual que el día anterior pierdo el control de mis actos. Otra vez el maligno maneja mis hilos.
Me inclino sobre el mostrador, agarro al empleado y le estiro suavemente hacia mí hasta que su rostro se queda a pocos centímetros del mío. Luego le susurro al oído:
—Te voy a arrancar la piel trocito a trocito y me regocijaré con tus gritos de dolor, después abriré tu pecho y me comeré tu corazón y, por último, te llevaré conmigo al infierno y allí arderás para la eternidad.
Ocho segundos más tarde salgo de la oficina con mi permiso firmado y sellado.

Una vez en la calle, rebosante de felicidad, decido entrar en una tienda de chucherías. Quiero celebrar la victoria. Empiezo a llenar una bolsita de plástico con bombones de chocolate blanco cuando la dependienta me interrumpe con brusquedad.
—Voy a cerrar ahora mismo, tendrá que volver por la tarde.
Me quedo unos instantes desorientado, sin saber que hacer.
—¡Pues no! —le contesto finalmente sin levantar la voz—. Quiero mis bombones ahora­.
Y sin temor repito palabra por palabra la fórmula mágica:
—Te voy a arrancar la piel trocito a trocito…
Sin embargo, esta vez nadie controla mis actos.
Salgo de la tienda con un kilo de chuches gratis.
Estoy aprendiendo a ser malo. Y lo hago muy deprisa.


Ah, se me olvidaba, esta noche he quedado con la rubia. En mi casa. ¡Soy feliz!

Leer más...

Misión imposible.

Tengo un presentimiento. Hoy conseguiré por fin acercarme a la rubia del autobús. Y ella caerá en mis brazos. Para celebrarlo, durante el desayuno, descorcho el bote de la leche condensada, el que reservo para las ocasiones.
A continuación, lleno de energía y entusiasmo, me dirijo a la parada. Percibo que el maligno está de mi parte. Sin embargo el autobús llega con treinta minutos de retraso y mi energía se derrite durante la espera a más de cuarenta grados a la sombra.
Finalmente subo y me coloco en mi sitio habitual. Sí, tengo mi lugar en el autobús, al fondo, justo detrás de Pepín, a un metro escaso de la rubia. A pesar de esta estratégica ubicación casi nunca consigo verla ni intercambiar una mirada. Pepín suele colocarse entre ella y el resto de los pasajeros y me impide cualquier acercamiento. Pepín es un ser enorme, una montaña de músculos perfectamente entrenados de unos treinta años. Aunque estemos a cinco bajo cero siempre lleva una camiseta de tirantes con su nombre estampado delante: “SOY PEPIN”. No sé si lo lleva escrito para comunicárselo a los demás o para recordarlo él.
Una vez que tiene a mi chica acorralada empieza con su monólogo. Se atreve con casi todo: política internacional, filosofía, matemáticas... Además, acostumbra a discutir consigo mismo. Sí, suele formular una teoría y al cabo de unos minutos se lleva la contraria. Todo un espectáculo...
Sin embargo nunca ha conseguido sacar una sola sonrisa a la chica rubia.
Hoy, a pesar de mi presentimiento, todo va a seguir el guión de siempre. Mi chica arrinconada contra una ventanilla, Pepín disertando sobre la vida y la muerte y yo detrás, esperando mi ocasión. Llevábamos así unos setecientos ochenta y cuatro días. Sin embargo hoy el maligno está de mi parte.
De repente noto un hormigueo en mi brazo izquierdo. Intenso y antinatural. A continuación mi mano, dirigida por una fuerza ajena a mi voluntad, se desplaza y se va a colocar en un hombro de Pepín. El gigante, con gesto irritado por tener que interrumpir sus divagaciones, gira la cabeza hacia mí y me mira con recelo.
—¿Te puedes apartar un poco? —le digo sin vacilar—. Las palabras salen de mi boca sin mi permiso. Me quedo atónito.
Pepín, después de observarme unos segundos y hacer una extraña mueca con los labios, opta por ignorarme y reanuda su charla.

Yo respiro aliviado, la rubia respira aliviada, todos los demás pasajeros respiran aliviados...
Sin embargo, mi demonio personal, el que lleva el control de mi brazo y de mis cuerdas vocales no parece estar satisfecho. Los dedos de mi mano, que todavía sigue en el hombro del gigante, se cierran con una fuerza asombrosa, se hunden en las carnes de mi rival y le obligan a doblegarse frente a mí por el dolor.
Durante un instante me siento poderoso. Y feliz. Tengo mi venganza. Sin embargo la felicidad sólo dura un instante porque inesperadamente desaparece el hormigueo. El diablo me ha abandonado. Me ha metido en un lío de c... y después me ha dejado solo frente al peligro. ¡Cabrón!
Quito la mano y la escondo detrás de la espalda y pongo cara de arrepentido, como un niño al que descubren mientras hace una trastada. No parece servir. Pepín se reincorpora despacio, levanta su brazo, unos cincuentas kilos de carne musculosa y me arrea un manotazo justo por debajo de la oreja. Caigo al suelo. Y decido quedarme allí para la eternidad o un poco más.
A causa del golpe, del susto y de la vergüenza, los acontecimientos que suceden a continuación sólo los recuerdo a medias.
La chica rubia empieza a golpear con fuerza a Pepín con su bolso, en la cara, en los brazos, obligándolo a retroceder y a alejarse de mí. El gigante, confundido, aprovecha una parada del autobús para bajar y desaparecer. Después, ella se arrodilla a mi lado, coge mi cabeza entre sus manos y empieza a acariciarme con dulzura. Nunca había estado tan cerca de ella. Vuelvo a sentirme feliz.
Sin embargo, también en esta ocasión, mi felicidad sólo dura unos segundos. Mi mano, otra vez bajo el control del maligno, se desplaza despacio y se coloca en el muslo de la chica, bastantes centímetros por encima de la rodilla. El contacto con su piel me produce un escalofrío.
La chica se queda inmóvil. Yo desvío la mirada a la espera del segundo bofetón del día. Sin embargo, ella aparta mi mano con suavidad y se sienta en el suelo, a mi lado.
—¡Y yo que pensaba que eras inofensivo! —dice finalmente mientras rompe en una sonora carcajada.
De repente me doy cuenta de que todavía no conozco su nombre. No lo lleva estampado en ninguno sitio. En ningún sitio visible por lo menos.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto con un hilillo de voz.

—Mónica.
Es el primer día de mi pacto y empiezo a sentirme feliz.

Leer más...

El peliculón.

Casi no he podido dormir. Horas y horas dando vueltas en la cama. Eso de pactar con el diablo por la noche ya no lo haré más, me sienta fatal. Sobre las tres, he decidido levantarme y recurrir a mi colección de películas. Tengo tres.
Mientras pasaba frente al cuarto de baño no he logrado resistirme y he echado un vistazo a mi silueta en el espejo. Quería comprobar si ya se podía apreciar algún cambio en mi fisonomía por mi recién estrenado acuerdo. Tal vez más alto, más musculoso o un relevante aumento en el tamaño de mi miembro masculino. Nada de nada, calma total. Paciencia.
Bueno, a lo que iba…, la película, al final he optado por mi preferida: “El príncipe de las mareas”. La peli trata sobre la posibilidad de tener una segunda oportunidad de ser feliz en la vida. Es de llorar, de llorar hasta que te duelen los pulmones. Un clásico norteamericano, donde los buenos sentimientos, la honradez y el sentido de la familia prevalecen. Después de verla te quedas relajado relajado, te sientes bueno y con unas ganas enormes de abrazar y de querer a todo el mundo.
Ah, con la peli también me he tragado mi menú nocturno bajo en calorías. Bolsa de cacahuetes de 250 grs, media cuña de queso de oveja, medio salchichón, casi una barra de pan y la imprescindible tableta de chocolate Nestlé. Además, claro, de dos Coronitas.
Como de costumbre he acabado con un empacho colosal y con ganas de vomitar. Y con un incomodísimo sentido de culpabilidad.
Ahora mismo acabo de levantarme y estoy muy mareado. Sigo sin notar ningún cambio. Empiezo a preocuparme. ¿Habrá un teléfono de Atención al Cliente para quejarse cuando los pactos con el diablo no tienen efecto?

Leer más...

El pacto.

No ha sido nada difícil. Mucho más rápido que renovar el DNI. Esta mañana, después del café con leche y la tostada, me he conectado a Internet y he buscado “pactar con el diablo” en google. Me han salido 85.700 resultados. ¿Tanta gente necesita comunicarse con el maligno?
Tras una minuciosa exploración me he decantado por una Web argentina. Era la única gratis. Además se podían imprimir las instrucciones en español para evocar al demonio.
Luego he salido para conseguir los elementos indispensables para la ceremonia. Me he ido al Carrefour, allí tienen de todo. He comprado velas rojas, negras no quedaban, un cuchillo ritual (la dependienta no se ha extrañado nada cuando le he pedido tal cosa...), y un pollo. Lo que necesitaba era un gallo negro vivo para sacrificarlo durante la ceremonia, pero en Agosto no venden gallos para sacrificios y he tenido que conformarme con un pollo de corral congelado de kilo y medio. ¿Por qué en el Carrefour tienen cuchillos rituales? En fin, mejor no preguntar...
Lo único que no he podido encontrar ha sido la sangre de una virgen. En el “Mostrador de Información” me han dicho que son muy escasas y que hay que encargarlas con dos semanas de antelación. En fin, me apañaría sin la virgen.
De vuelta a casa he dado, de inmediato, comienzo al ritual. Para empezar he tenido que desnudarme totalmente. Eso, aunque estuviera solo, me ha provocado un poco de vergüenza y una ligera erección. Resultado: un cuarto de hora perdido esperando que se pasara. No quería que el diablo pensara no sé que cosas...
Una vez más relajado he encendido las velas, he leído despacio y en voz alta la formula mágica para evocar a Satanás y, por último, he cortado la cabeza al pollo con el cuchillo. La alfombra se me ha quedado perdida, pero ha valido la pena. ¡Ha aparecido!
Bueno, aparecer aparecer no ha aparecido pero he escuchado un extraño ruido en la cocina. ¡Tenía que ser Él! A continuación me he esperado un ratito en silencio y ya que no pasaba nada, ni se escuchaban más ruidos he dado el pacto por cerrado. Para ser sincero me había imaginado algo más espectacular, lenguas de fuego, olor a azufre, pero, bueno, supongo que tengo que conformarme. Mi alma no es de mucha calidad y el que me ha visitado será un demonio de segunda.
Por fin me siento feliz, he conseguido siete días de vida excepcional y de poderes extraordinarios. Así por lo menos pone en las instrucciones, siete días. Tengo ganas de empezar. Lo cierto es que de momento no noto nada. Habrá que dejar pasar unas horas para que surjan los efectos del pacto, como con los antibióticos.
De todas formas ya tengo en mente como poner a prueba mis nuevos poderes. Sí, lo tengo muy claro. Lo haré con la rubia que coge el autobús todos los días a la misma hora que yo...

Leer más...